Fumar perjudica seriamente su salud (y el clima)

Actualidad
09 Febrero 2023

El caso del tabaco es el ejemplo perfecto de que nuestra salud es interdependiente con la del planeta: un gesto que es dañino para nosotros, también lo es para el entorno.

Aunque cada vez se fuma menos, unos 4,5 billones de colillas contaminan los océanos, ríos, aceras, parques, suelos y playas cada año.

A pesar de que está prohibida la publicidad del tabaco, el sector ha sabido sobrevivir, gracias a uno de los aparatos de relaciones públicas mejor engrasados de la historia, que ha servido a la industria de los cigarrillos, pero también al negacionismo climático. 

Los negacionistas climáticos tuvieron, unos buenos maestros en la industria tabacalera: copiaron sus estrategias para sembrar dudas sobre el papel de las emisiones producidas por el ser humano en el calentamiento global. Y sus consecuencias siguen hoy vigentes.

La época dorada del tabaco no parece que vaya a volver...

En 2023, ya nos suenan a ciencia ficción esas anécdotas en las que había gente fumando en trenes y aviones, en los bares o hasta en la consulta del médico. Aunque no hace tanto tiempo de esas situaciones, la época dorada del tabaco no parece que vaya a volver. De hecho, según la OMS, en las últimas dos décadas, su consumo global ha disminuido drásticamente, pasando de alcanzar al 32,7% de la población mundial mayor de 15 años en el año 2000 al 22,3% en 2020. Una diferencia abismal, además, si dividimos esos resultados por género, pues hablamos de un 36,7% (hombres) frente al 7,8% (mujeres), en referencia también al año 2020. 

En España también se observa esta misma dinámica descendente. Según datos del INE y del Ministerio de Sanidad, en el año 1993, el 43,98% de los hombres eran fumadores habituales, así como el 20,77% de las mujeres. Según la última Encuesta Europea de Salud en España, publicada en 2020, los porcentajes se han reducido hasta el 23,3% (hombres) y el 16,4% (mujeres). En total, el 19,8% de la población española afirma fumar a diario.

A pesar de la evidente tendencia a la baja, sigue siendo un porcentaje elevado. Además, a corto plazo, hay signos preocupantes de estancamiento de esta tendencia o, incluso, de recuperación del consumo, sobre todo en ciertos grupos de edad como los adolescentes o los menores de 65 años. Los nuevos productos como cigarrillos electrónicos con distintos sabores o la moda de los locales de cachimbas, además, están reinventando el sector de cara a los más jóvenes para mantener el atractivo que hace décadas vendían los anuncios. De hecho, aunque hace años que está prohibida la publicidad del tabaco, el sector ha sabido sobrevivir gracias a uno de los aparatos de relaciones públicas mejor engrasados de la historia y que ha servido a la industria de los cigarrillos, pero también al negacionismo climático. 

Negacionismo, retardismo climático y tabaco

Aunque parezcan dos sectores que no tienen mucho que ver, las estrategias de las tabacaleras no distan mucho de las llevadas a cabo por las petroleras para negar el cambio climático. Así lo cuentan Naomi Oreskes y Erik Conway en su libro "Mercaderes de la duda" (Capitán Swing), un libro en el que relatan cómo, desde mediados del siglo XX, un puñado de científicos y asesores de alto nivel se pusieron del lado de grandes industrias para sembrar la duda de verdades comprobadas durante décadas, como que los combustibles fósiles provocaban el calentamiento global o que fumar estaba vinculado al cáncer de pulmón. 

En este último caso, las tabacaleras lanzaron campañas basadas en una doble estrategia de desinformación. Por un lado, empezaron a subvencionar a expertos afines a la causa y crearon además centros de investigación cuyos resultados eran dirigidos hacia sus intereses y carecían de verdadero rigor científico. Por otro lado, se dedicaron a magnificar supuestas zonas de incertidumbre de la ciencia oficial, por ejemplo tachando los hechos demostrados de insuficientes con el objetivo de exigir cada vez más y más pruebas y estudios, dilatando así la toma de posibles medidas contra el sector. Así lo admitían en un memorándum interno: «la duda es nuestro producto».

Décadas después, en los años noventa, la Coalición Global por el Clima –que, a pesar de este evocador nombre, era una plataforma al servicio de las industrias más contaminantes– pidió ayuda a E. Bruce Harrison, uno de los grandes gurús de las relaciones públicas en materia ambiental: temían que los pasos que comenzaba a dar Naciones Unidas en cuanto a cambio climático y la llegada de un ecologista como Al Gore a la vicepresidencia estadounidense perjudicase su negocio. 

La solución de Bruce Harrison era simple y efectiva: copiar la estrategia de la industria tabacalera, para la que también había trabajado, para convencer al público de que los datos científicos sobre el cambio climático no eran tan sólidos como aparentaban. Bajo esa tesis se escudaban en que no valía la pena actuar agresivamente contra un problema que no estaba nada claro, cuando además dichas medidas podrían dañar la economía y el empleo.

Entonces ya existía un amplio consenso científico que existía entonces sobre el cambio climático y las compañías lo sabían. Por ejemplo, recientemente, investigadores de Hardvard han confirmado que, aunque lo han negado durante décadas, compañías como ExxonMobil ya tenía datos precisos de cómo se iba a calentar el planeta desde finales de los años setenta. Sin embargo, tanto las empresas de combustibles fósiles como la citada Coalición Global por el Clima se dedicaron a la minoría escéptica para que diera discursos o escribiera artículos muy bien pagados, de unos 1.500 dólares por texto. 

La consecuencia de todo esto es bastante conocida y sigue coleando en nuestros días. Hoy, de hecho, muchos expertos consideran que el verdadero problema ya no es tanto el negacionismo climático sino el retardismo, la desinformación centrada en los mensajes de que ya habrá tiempo de solucionar el problema. Como entonces, sus teorías también están financiadas por industrias interesadas en que todo siga igual. «La Coalición sembró la duda por todas partes y los ecologistas no sabían realmente cómo responder», cuenta el activista medioambiental John Passacantando en un artículo en la BBC. «Lo que sabían los genios de las relaciones públicas que trabajaban para las petroleras era que si dices algo suficientes veces, la gente empezará a creerlo», recuerda el activista.

Las colillas, el humo y el medio ambiente

La estrategia negacionista de las tabacaleras sirvió de escuela para el negacionismo del cambio climático, pero esta no es la única relación entre el tabaco y la industria que lo rodea con el planeta. Según un informe de la OMS, como consecuencia de la producción de tabaco, cada año se destruyen 600 millones de árboles y 200.000 hectáreas de terreno, se gastan 22.000 millones de toneladas de agua y se producen 84 millones de toneladas de CO2.

«La mayor parte del coste ambiental recae en los países de renta baja y media, donde el agua y las tierras de cultivo se utilizan para plantar tabaco en vez de alimentos, que a menudo se necesitan con urgencia», señalan desde Naciones Unidas. Y añaden: «La huella de carbono de la industria de la producción, el procesamiento y el transporte del tabaco equivale a una quinta parte del CO2 emitido anualmente por el sector de las aerolíneas comerciales, lo que contribuye aún más al calentamiento global».

Además de los humos, están las colillas. «Los productos del tabaco son el artículo que más basura arroja en el planeta, ya que contienen más de 7.000 sustancias químicas tóxicas que se filtran en el medio ambiente cuando se desechan», explica Ruediger Krech, director de Promoción de la Salud de la OMS. Según sus cálculos, unos 4,5 billones de filtros de cigarrillos contaminan los océanos, ríos, aceras, parques, suelos y playas cada año. Cada colilla tarda, además, hasta una década en degradarse

El caso del tabaco es el ejemplo perfecto de que nuestra salud es interdependiente con la del planeta: un gesto que es dañino para nosotros, también lo es para el entorno. Hoy ya no hay científicos que cuestionen el impacto de fumar en nuestro cuerpo, y cada vez quedan menos que siembren la duda sobre el calentamiento global: igual que cada vez se ven menos colillas, esperemos que también se apague el ruido negacionista.

Fuentes: Igluu.es; Daniel Jimenez